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Doñana sucumbe a los 20 años de morir Valverde

Doñana cae, 70 años después de que los pioneros impidieran su total destrucción pidiéndole perdón de gracia para este territorio al dictador Franco.

Por Benigno Varillas

Doñana ha sido destruida. La certificación de su defunción se anuncia sin tapujos a lo veinte años de morir su mayor defensor en 2003 y setenta años después de que, en 1953, Valverde, Bernis y los bodegueros de la familia González lograran evitar que lo último que quedaba, la quinta parte de las marismas del Guadalquivir que aún no se habían desecado, sucumbieran también a la codicia de los vencedores de la Guerra Civil y sus ingenieros del Ministerio de Agricultura que se apropiaron de sus tierras vírgenes, a los que solo el general Franco podía parar. 

Mal regalo de cumpleaños le han hecho a Tono Valverde, en su 97 aniversario, este abril de 2023. Nos dejó el 13 de abril de 2003, a los 77 años de edad. Hacía treinta que los ingenieros de Montes y cuatro biólogos envidiosos le habían arrebatado el mando de Doñana, declararada cuatro años antes Parque Nacional por el Caudillo, Francisco Franco, a instancias de Valverde y en contra de los especuladores. Pero, éstos, y sus sucesores, ayudados por “la democracia” han logrado finalmente vencer a lo libre salvaje en la última de las batallas.

Cuando los perros neolíticos hincan sus colmillos en una presa salvaje ya nunca sueltan su mordaza y acaban ejecutando sus planes y proyectos aunque los defensores de lo libre les paren los pies una y mil veces. En cada envite hieren un poco mas a su víctima hasta que finalmente acaban con ella. Doñana han tardado setenta años en desangrarla por completo. Queda menos de una década para que acaben de desangrar a los humanos libres. ¿Cómo será la humanidad, sin lo libre, en 2033?

Todos considerábamos a Tono como algo especial. Y lo era. Si analizamos cómo pudo surgir en los años cincuenta –época gris de posguerra en toda Europa– un espíritu tan indomable, heterodoxo, original y rompedor como Valverde, no podemos dejar de pensar que una de las claves fue la grave enfermedad que padeció entre los 17 y los 21 años, que le hizo desarrollarse al margen de lo establecido. 

Campo y más campo contra la tuberculosis 

En 1942 Valverde tenía que decidirse y elegir estudios. La carrera militar, de tradición en su familia y de moda en España, con el ejército triunfador mandando en el país y la propaganda exaltando las virtudes del eje Roma–Berlín desde 1933, hacía estragos en los hijos de los vencedores. Al joven Tono se le pasó por la cabeza entrar en la Academia Militar de Zaragoza. Pero una caída de la bicicleta a los 16 años y un derrame mal curado, que le dejó rígida la rodilla y cojo, anularon tal opción. Quedaba su interés por los animales. En 1944 fue a Madrid a matricularse en Ciencias Naturales. Habría hecho la carrera en aquella época gris de la posguerra y acabado sus días como profesor, imbuido de las ideas y estrecheces del momento. Valverde nunca hubiera sido Valverde. Pero el mismo día que echó la instancia en la universidad, un tío suyo médico, que vivía en Madrid, le invitó a comer y al verle toser le hizo examinar en su consulta. De allí fue directo a un hospital de tuberculosos, donde pasó un año postrado. Le mandaron a casa sin esperanzas de salir adelante. Hasta los 21 años estuvo escayolado y en reposo. Pero la desgracia y el sufrimiento tuvieron su parte interesante: se libró de la formación reglada de la época, rígida y pobre, y pasó aquellos años concentrado en el estudio autodidacta. 

Valverde en el Sahara en 1955

Mimado por su familia y protegido por sus muletas, Valverde desarrolló una personalidad sin la poda de espontaneidad e imaginación que provocan los profesores de escasa vocación y aún menor preparación. Se hizo adulto sin perder jamás esa frescura, audacia y curiosidad que acompaña a la juventud. Un espíritu que permaneció en él hasta el final de su existencia. Por otra parte, atado a un pupitre no hubiera podido salir al campo con la frecuencia que lo hacía en el entorno de Valladolid, entonces una localidad de 100.000 habitantes rodeada de naturaleza, y luego al extranjero, recorriendo Marruecos, el Sáhara, Francia, Suiza, Suecia y Gran Bretaña antes de iniciar los estudios, mientras sus ex compañeros captaban en polvorientos libros y laboratorios lo que él veía al natural con la ventaja de acceder a lo que no está escrito. 

La universidad le habría atrapado, con esa fatal circunstancia que no considera que los que estudian Biología no deberían tener exámenes entre mayo y junio, en plena ebullición de la naturaleza, de nidificación y floración, justo cuando un aprendiz de naturalista debe estar en el campo. Él tuvo, a pesar de sus muletas, la libertad de movimientos que no tenían otros y la libertad mental necesaria para tener ideas propias y plantearse la posibilidad de hacer realidad sueños como explorar Doñana, La Camarga o el Sáhara. De hecho, cuando se enfrentó a los estudios universitarios, matriculándose por libre desde Almería, a los 31 años, los apuntes de clase que le pasaron le sirvieron para cuestionar muchas de las verdades admitidas sin discusión, plantear dudas y buscar respuestas. Fue así como llegó a hacer sus mejores aportaciones en temas como la evolución humana, la estructura de las comunidades de vertebrados o la metodología para estudiar la naturaleza. 

Esa etapa, fruto de la larga convalecencia de la tuberculosis, le llevó a la cumbre del éxito e hizo que los años sesenta fueran exclusivamente suyos en el ámbito del estudio y la conservación de la naturaleza en España. Brilló como una estrella solitaria en la década prodigiosa: hizo la carrera y el doctorado, adquirió un territorio que le permitió crear la Reserva de Doñana, promovió el parque nacional que frenó su destrucción, participó en la fundación de WWF/Adena, creó la escuela de científicos de la Estación Biológica de Doñana (EBD), desarrolló sus teorías sobre el origen granívoro del hombre y el factor energético de la relación entre depredadores y presas y aún encontró tiempo para rescatar las gacelas del Sahara y traerlas a un centro de cría en Almería, días antes de que una avalancha humana reclutada por el sátrapa dictador de Marruecos invadiera el desierto para apropiarse de sus riquezas. 

En 1973, la labor que Valverde venía desarrollando en Doñana desde hacía veinte años llegó a su apogeo con la inauguración de un laboratorio en el corazón de la reserva, con asistencia del Príncipe Juan Carlos, con el que mantuvo siempre buena amistad, así como de numerosos representantes de las casas reales del Reino Unido y los Países Bajos, vinculados al WWF, entre otras importantes personalidades internacionales. Pero Valverde acusó la fatiga del enorme esfuerzo realizado para poner en marcha Doñana y, a los pocos meses de aquel acto, que marcó un hito importante en la protección de este espacio, sufrió varios infartos. Los médicos le aconsejaron llevar una vida menos ajetreada y se vio obligado a presentar su dimisión como director de la EBD por motivos de salud. 

Una década medieval para reposo de infartos 

En 1975 Valverde tenía 49 años. Estaba dolido, pero no físicamente, sino anímicamente. Cuando muchos le daban por muerto, como ya le había ocurrido a los 19 años, Valverde se recuperó de forma prodigiosa de los ataques al corazón que le postraron en cama durante meses. En el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona) aprovecharon su estancia en el hospital para sustituirle en el puesto de director del Parque Nacional de Doñana. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) nadie pensó tampoco, al verle recuperado de sus dolencias, en proponerle recuperar el mando del centro que había creado en Doñana. Pero lo que en aquel momento fue un desastre personal para Valverde, visto con la perspectiva que da el tiempo, quizá fuera sólo suerte. Por tercera vez en su vida, un grave incidente de salud le preservó tal como era.

¿Qué no hubiera sufrido y cambiado el espíritu jovial y alegre de Valverde, y su eterno carácter ensoñador, si hubiera continuado como director en la convulsiva etapa política que se desató a partir de 1976 alrededor de Doñana? La idílica reserva de Valverde se convirtió en un campo de batalla en el que se enzarzaron ingenieros de montes, de agrónomos, de caminos, biólogos, geólogos y ecologistas, la prensa, los constructores de complejos turísticos, los alcaldes, los furtivos, los cangrejeros, los arroceros, los piñoneros, las fresas, los arándanos y hasta los cofrades de la Virgen del Rocío. En 1975 no sólo acabó la etapa de Valverde, sino la de la España que él había conocido desde su infancia y en la que había aprendido a moverse con inteligencia y habilidad para sortear los escollos. 

Pero la transición democrática trajo tiempos revueltos, en los que todos se lanzaron sobre Doñana. Javier Castroviejo, su sucesor, tuvo que abandonar la paz interior del científico e implicarse a fondo en la lucha política. Mientras tanto, Valverde leía tranquilamente en la biblioteca de la vieja Universidad de Sevilla antiguos manuscritos medievales sobre el oso y el lobo y se planteaba seguir los pasos del rey Alfonso XI en 1350 para averiguar el proceso de regresión de la fauna operado en los últimos seis siglos. Dedicó diez años a recorrer España de punta a punta en esa tarea, estudiando al lobo y al oso. Con esta tarea, el científico se hizo también humanista, al punto que fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla en reconocimiento a su labor histórica y geográfic. Más tarde la Universidad de Salamanca le haría doctor honoris causa por sus aportaciones en ciencia. En 1975 recuperó además su primigenia labor de zoólogo y dedicó mucho tiempo a estudiar la espátulas, los camaleones, las serpientes y los cetáceos. Como era costumbre en él, supo hacer virtud de la necesidad y se lo pasó bomba hasta su retiro laboral, haciendo, como siempre, lo que quería en cada momento. 

Siete tomos que pudieron con un cáncer 

En 1992 Valverde tenía 66 años. Acababan de darle la jubilación oficial, pero aún tenía muchos proyectos en mente, como el estudio herpetológico del norte de África, a donde acudía todos los años a estudiar las cobras. En 1993 le diagnosticaron un cáncer de riñón, pero no quiso que le operaran por sus dolencias cardiacas. De nuevo la Negra Parca, como él la llamaba, parecía cerca. Pero a Valverde nunca se le ocurrió caer en depresiones. Supo superar los lances de la vida no dejándose avasallar por las desgracias y planteándose nuevos retos. Si no le hubieran puesto de nuevo fecha a su probable muerte, hubiera estado liado hasta el último minuto en avanzar aún más en pesquisas zoológicas, históricas y otras inquietudes, como el centro museístico y de investigación de cetáceos que montó en Matalascañas (Huelva) a finales de los noventa, o el museo de barcas fluviales. 

Un buen día de 1993, entrando él por la puerta de la Estación Biológica de Doñana, entonces en el Pabellón del Perú, en el Parque Maria Luisa de Sevilla, al tiempo que yo salía, me paró y me dijo: «Varillas, tendrías tiempo para tomarte una cerveza conmigo». Me propuso que le editara el libro del Oso. Yo le dije que lo haría si, a cambio, le publicaba también sus memorias. Opuso resistencia, porque en absoluto tenía ese labor en mente. Otro día contaré cómo logré que, en una labor de diez años, lograra que salieran sus memorias.

Dedicatoria de Valverde en el libro «Los Lobos de Morla» cuando estaban con B. Varillas en plena faena para editar sus memorias.

Eran tantas sus ideas que nadie creía que fuera nunca a escribir los detalles de aquellas investigaciones sobre las que no había publicado nada. Pero el cáncer –que, por cierto, no pudo con él, ya que vivió otros diez años, altamente productivos– le libró, y nos libró, de que tanto conocimiento acumulado por Valverde en sus investigaciones, idas y venidas por la geografía española, interrogando a todos los viejos del lugar, no se perdiera con él. Fue ese último achaque el detonador para que se animara a escribir las 1.500 páginas de sus memorias. Siete tomos que recogen mucho de lo que no había publicado y en las que nos deja un último y gran regalo sobre lo que aquel agudo, inteligente y provocador vallisoletano observó de cuanto le rodeó durante su –a pesar de las enfermedades– larga (para lo corta que se la habían vaticinado a los 18 años) y fructífera vida.

Francisco Bernis fue el primero en fijarse en Valverde y por eso le invitó a participar en la expedición más memorable de la historia naturalista española, la de Doñana en 1952, cuando él ya era catedrático de instituto y Tono aún no había iniciado la carrera. Mucho se ha escrito de aquella Expedición Bernis–Valverde al entonces conocido como Coto de Doñana, en la que del encuentro de aquellos dos pioneros castellanos con el gaditano Mauricio González, salió la idea de proteger este espacio natural, hoy parque nacional destruido por el mundo rural, y fundar la Sociedad Española de Ornitología (SEO), a la que se sumaron con entusiasmo ornitólogos catalanes y vascos. 

El mecenas gallego Xan de Forcados, Juan López Suárez, que compró pazos y monumentos románicos en la primera mitad del siglo XX para preservarlos de la ruina, y que en 1922 fundó la primera fábrica de productos lácteos de Galicia, hoy convertida en el grupo Larsa, nunca imaginó lo fructífero que iba a ser para España el viaje que en 1952 financió a su amigo Francisco Bernis, entonces catedrático de Ciencias Naturales en el instituto de bachillerato de Lugo, a las entonces inexploradas marismas del Guadalquivir. 

Algo vio Bernis en aquel impetuoso naturalista de 26 años que era Tono Valverde en 1952 para invitarle a ir con él a Doñana en aquel viaje. Lo mismo que vería un año después Félix Rodríguez de la Fuente, que de la cetrería en 1953, pasó al interés por la antropología y por el concepto depredador–presa, tan resonante en sus programas, que se nutría de ideas de Valverde. Igualmente, Eugenio Morales Agacino, que tras asesorarle para su viaje al Sahara en 1955, le promocionó en 1956 para que se incorporara al CSIC, aunque aún no tenía estudios universitarios. José María Albareda, el fundador del CSIC, que le impulsó a sacar tanto la carrera como el doctorado y fue el que le otorgó la dirección de la Estación Biológica de Doñana en 1964. Guy Mountfort, Max Nicholson y Julian Huxley, que se lo llevaron a Inglaterra en 1959 y le enseñaron todos sus métodos de trabajo en investigación y conservación, o Luc Hoffmann, que le abrió las puertas de la Estación Biológica de La Camarga (Francia) y luego del WWF Internacional para comprar una finca en Doñana donde ubicar su reserva biológica. Y, así, tantas otras personalidades, de dentro y fuera de España, que sucumbieron al embrujo del espíritu contagioso de Valverde y le apoyaron en cualquiera de sus “locuras», lo mismo que éstas les animaron y estimularon a todos ellos a nuevos caminos y a llegar más lejos y más alto de lo que nunca hubieran soñado. 

Valverde en 1957 en Almería colgado de un precipicio para estudiar un nido de águila perdicera.

Unas semanas después de morir Valverde, fallecieron sus amigos y compañeros de fatigas y aventuras en la célebre expedición a Doñana de 1957, los famosos naturalistas y conservacionistas británicos Guy Mountfort, el autor del texto de la célebre guía de aves ilustrada por Peterson, que murió el 24 de abril a los 97 años, y Max Nicholson, que murió el 26 de abril con 98 años. Fue como si aquellos legendarios expedicionarios de Doñana se hubieran propuesto seguir vivos mientras lo hiciera Tono, la mayor explosión de vida y entusiasmo que habían conocido, y que tantos y tan buenos impulsos les había proporcionado a lo largo de sus intensas existencias. Seis meses después fallecía también Francisco Bernis, el 10 de noviembre de 2003, a los 87 años. Hace 20 años cayó no solo Tono Valverde, sino también lo que quedaba de la vieja guardia, los pioneros que nunca hubieran consentido que sus esfuerzos, y los miles de millones de euros que se destinaron a proteger Doñana, no sirvieran para nada. Desde entonces, los funcionarios encargados del Parque Nacional de Doñana han estado cobrando su sueldo –y aún lo siguen haciendo milagrosamente a fecha de hoy, a pesar de que el espacio natural hace tiempo que ya no existe– mientras miraban hacia otro lado, no queriendo denunciar cómo aquello, por lo que debían velar, era desangrado por la mordida que nunca suelta del perro neolítico.

Más información en las memorias de Valverde.

(Quedan aún algunas colecciones completas de los siete tomos de las memorias del profesor José A. Valverde en la librería de la revista El Cárabo, que puedes solicitar aquí antes de que se agote): https://elcarabo.com/biografia-jose-valverde

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Diario de Ávila reseña el 40º aniversario de El Cárabo con un texto De Vicente García

Agradecemos al divulgador científico del Diario de Ávila, Vicente García, colaborador también de otros otros medios de comunicación de Castilla y León, su artículo sobre el 40º Aniversario de la revista El Cárabo que reproducimos en la imagen de al lado y puedes leer también en el enlace: https://www.diariodeavila.es/Opinion/ZF7B37B21-FC63-83A6-841B2F73346BB208/202210/El-Carabo-cumplio-40-anos-una-exquisita-revista-ambiental

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El Cárabo cumple 40 años

Portada el Cárabo nº 94

El Cárabo, la Hulotte en España

En 1982, escribimos desde España a Pierre Déom solicitándole traducir y publicar su revista La Hulotte del francés al castellano. Ignorando que algunas grandes editoriales habían intentado en vano obtener los derechos de impresión de La Hulotte. Enviarle con la carta los primeros números de la revista Quercus, como muestra de la labor editorial que acabábamos de sacar en España desde diciembre de 1981, sin más medios que la ilusión y el entusiasmo, debió convencerle, porque Déom nos envió la colección de La Hulotte, aceptando se hiciera la versión en castellano con una condición: “que quienes se lo proponían no cambiaran nunca la forma de ser que deducía de la carta y de aquellos primeros Quercus”.

Tres meses adicionales de trabajo paciente y laborioso le lleva a la periodista Teresa Vicetto traducir, editar y distribuir cada cuaderno de La Hulotte al castellano. También en solitario, desde hace 40 años. La edita en España bajo el nombre de El Cárabo. Consulta fuentes y expertos, adapta datos, censos, giros del leguaje y experiencias a la biogeografía ibérica. El número 95 español verá la luz en octubre de 2022, acercándose lentamente al número 112 que Déom llevará para entonces publicado en francés. Tanto su versión original en francés como la traducida al español solo se pueden adquirir por suscripción.

En el mundo francófono, Pierre Déom es un influencer, una gloria nacional, aclamada y apreciada. En el año 2001 la Academia Francesa, acostumbrada a reconocer lo sobresaliente, le condecoró con el galardón Jacques Lacroix por su contribución a la lengua y la cultura. De carácter tímido y discreto, es casi imposible encontrarle en ningún acto público, o fuera de sus circuitos privados, celosamente guardados por su equipo, formado por una docena de personas, casi todo mujeres, encabezado por su esposa, Christine, que se encarga de velar por los cuatros miembros de la familia, incrementada en la década de 1980 al nacer los dos hijos de esta pareja, y por dirigir la editorial que produce La Hulotte.

Al margen del contenido de los cuadernos, que cautiva al que lo lee, su cifra de suscriptores despierta la curiosidad en los medios de comunicación convencionales. Algunas de las grandes editoriales fueron a negociar con Déom para comprarle los derechos y “lanzar aun más la obra”, por ejemplo “metiéndole color”, ya que La Hulotte / El Cárabo se sigue haciendo en riguroso dibujo a plumilla, en blanco y negro. No hubo manera. Ninguna cifra millonaria puede perturbar la paz de Pierre. A todos dio calabazas. No necesita más proyección, ni más dinero, ni colorines. Su obra es la que es y, sobre todo, aprecia la manera de cómo la hace: a su aire, sin prisas, sin jefes, sin socios, sin accionistas, sin nadie que le perturbe.

Queda la interrogante de cuál será el futuro de esa revista. Lo mismo ocurre con su versión española, cuya editora también realiza todas las funciones en solitario desde que a la edad de 26 años inició esa labor en 1982. En una entrevista publicada el 18 noviembre de 2020 a raíz de que la región del Grand Est de Francia le concediera el “Premio al Compromiso Democrático”, la periodista preguntó a Pierre por la continuidad de su publicación y escribió: “Una sucesión abierta. Pasan los años, y aunque el autor, ciertamente, no piensa en jubilarse, no descarta la posibilidad de transmitir La Hulotte algún día. “No estoy cerrado a una sucesión”, explica, “pero la oportunidad nunca se ha presentado”. Se puede, pues, pensar que de hecho sería capaz de acoger a un candidato para que tome el relevo”, concluye la entrevistadora.

Sin embargo, en unas declaraciones anteriores, Déom daba por hecho que La Hulotte moriría con él. Lo mismo piensa Teresa Vicetto de El Cárabo. Bien es verdad que sus casos son opuestos. Encontrar sucesor cuando decenas de miles de personas aprecian tu obra, como le ocurre a La Hulotte en Francia, debiera ser fácil. Lo difícil es perseverar en una tarea, como le pasa a la versión española, solo por considerar que con que la reconozca una minoría, dado que en ella hay muchos educadores que propagan los contenidos a sus alumnos, ya compensa el esfuerzo. La versión en castellano tiene un escaso número de suscriptores –algo que bien puedes ayudar a subsanar, abonándote a esta maravilla hoy mismo– y ni el autor, ni la traductora y editora en España han percibido beneficio alguno por su labor en estos cuarenta años que llevan trabajando para poner esta joya de la educación ambiental a disposición de los hispanoblantes.

Relanzar El Cárabo español

Una veintena de investigadores, profesores, intelectuales, dirigentes ecologistas y periodistas españoles han firmado cartas de apoyo orientadas a conseguir recursos para que la revista El Cárabo sea difundida en España. Son un selecto grupo que representan el compromiso con la causa de la naturaleza que tienen los lectores de esta publicación y una muestra del aprecio que alcanza la obra de Pierre Déom y la labor de su traducción y adaptación a la Península ibérica realizada por Teresa Vicetto. Encabezan una lista de apoyos a la que puedes sumarte en el enlace al final de este texto, firmando tú también.

Con motivo de 40º Aniversario de la revista El Cárabo se convoca un concurso de dibujos a plumilla que ilustren 100 especies de árboles autóctonos de la flora ibérica, para publicar un catálogo con los dibujos ganadores, a imprimir en 2028, con motivo del 100º aniversario del nacimiento de la persona que despertó el interés por la naturaleza en España, Félix Rodríguez de la Fuente. Se quiere coordinar una acción para que hasta 2027 se planten en 100 colegios de las 100 ciudades más habitadas de España, un ejemplar de cada una de las 100 especies de árboles, de modo que en los centros los escolares hagan en 2028 un homenaje al precursor de la conciencia ambiental.

Afortunadamente, cada seis o doce meses, Déom comparte con los que le leen desde ese mundo urbano, que él nunca pisa, sus desvelos y descubrimientos. Gracias a él nos enteramos de que la naturaleza palpita a nuestro lado, muy cerca, y que descubrirla no requiere grandes desplazamientos a inaccesibles santuarios. 

Ahí, a las afueras del pueblo, o en el parque de tu ciudad, están ocurriendo –ahora mismo– procesos ecológicos fantásticos; prodigiosos y espectaculares acontecimientos naturales. Sólo es necesario aprender a verlos, entenderlos y disfrutarlos. Para ello tenemos en los cuadernos de La Hulotte/El Cárabo una fuente inagotable de sugerencias, pistas y datos sobre la naturaleza cercana y accesible. 

Dirección de contacto de la revista El Cárabo: www.elcarabo.com

c/ La Pedriza, 1 · 28002 Madrid · Correo electrónico: revista@elcarabo.com

Dirección de contacto de la revista La Hulotte: www.lahulotte.fr

Campaña–homenaje de los lectores de El Cárabo en el 100º aniversario del nacimiento de Félix Rodríguez de la Fuente, dibujando y plantando 100 especies de árboles y arbustos de la flora ibérica: https://centenariofelix.laestirpedeloslibres.club 

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50º Aniversario de la revista francesa La Hulotte, versión original de la revista española El Cárabo

Medio siglo divulgando la naturaleza 

Pierre Déom es un hombre libre, integrado en la vida silvestre que le rodea. Su secreto: mantener la fascinación al descubrir y captar las maravillas de la naturaleza con la capacidad de asombro de un niño, renovándolo cada día, como si fuera la primera vez. Mantiene la humildad y el estado de gracia que da no perder la inocencia.

Se escapó a la naturaleza hace 50 años. No ha vuelto a salir de ella, ni física ni mentalmente. Este explorador lleva medio siglo viviendo las aventuras más apasionantes e insólitas que imaginar se pueda, huido de la civilización, concentrado en descubrir la vida silvestre.

Desde 1972 se dedica a comunicar a los demás las maravillas de la fauna y la flora que el común de los humanos nunca hemos visto, ni veremos la mayoría, a no ser que sigamos su obra. No, no por ser difícil y costoso llegar hasta donde él viaja. Qué va. En absoluto. No nos pone los dientes largos, retransmitiendo historias espectaculares desde el Serengueti, el Amazonas, las Galápagos, Yellowstone o el Okavango. Este naturalista, es un explorador, al nivel de los más legendarios, viajero empedernido, pero de distancias cortas, en varios planos a la vez. Viaja por el mundo interior, el propio del ensimismado en lo invisible. Pero viaja, sobre todo, por el mundo del conocimiento, el de las publicaciones y las separatas científicas, desvelando y traduciendo a lenguaje ameno los últimos descubrimientos, sintetizando datos obtenidos en pacientes observaciones y experimentos por científicos que dedican toda su vida a investigar una especie o un proceso ecológico. Finalmente, también recorre físicamente el territorio que le rodea, a golpe de bota, pateando el campo hasta donde llega andando, más por oxigenar la mente –asegura él– y disfrutar cada día del aire fresco de la mañana, antes de sentarse a leer y dibujar pacientemente cada uno de los temas que divulga. Veinte metros de un viejo tronco seco caído en el bosque, pueden suponerle “un recorrido de varios meses” tanto de lectura de todo lo que se haya investigado sobre sus misterios como también de observarlo y disfrutarlo minuciosamente con su lupa.

No necesita, pues, hacer periplos de miles de kilómetros para ser un explorador. Sus distancias se miden en metros, cuando no en centímetros. Secretos de mundos insospechados que pululan también a nuestro alrededor. Su paraíso, el refugio secreto que ha encontrado, lo tienes al lado, delante de tí, pero no lo ves. Pierre Déom te lo descubre. Lo describe desde su región natal en el norte de Francia. Narra las más apasionantes escenas e historias de la vida salvaje, una naturaleza que la común a muchos otros lugares del resto de Europa. Secretos de la historia natural que los mortales ignoramos por falta de conocimiento. Con esos ingredientes compone, desde hace 50 años, los cuadernos de la revista francesa La Hulotte, El Cárabo en su versión en castellano.

Su fórmula es sencilla y barata. Puedes, tú también, aplicarla en cualquier profesión que permita teletrabajar. Consiste en irse a vivir al campo y desde allí abordar tareas intelectuales que se puedan enviar por Internet, al tiempo que se disfruta de un ventanal que de a un prado, bordeado de un bosque, una charca, un terraplén de arena, posaderos de aves, flores para insectos, madrigueras para murciélagos, erizos, lirones, conejos y demás universo en el que adentrarse cada amanecer, a escuchar el latido de la Tierra, a través de sus seres vivos. Una propuesta que los seguidores de la versión española de La Hulotte saben que los editores de El Cárabo impulsamos desde hace tiempo, de momento con escaso éxito, para poder ofrecérsela a todos los amantes de la naturaleza que sueñen con ese modo de vida, en pleno campo.

Déom estudió para maestro en Charleville–Mézieres, al norte de Francia. Por esa época empezó a interesarse por la naturaleza. Le deslumbró el lenguaje ameno y riguroso de la obra ornitológica del suizo Paul Geroudet. También le reveló un mundo insospechado la lectura de la novela “Raboliot”, que narra la vida de un furtivo, gran conocedor del bosque, perseguido por la ley por su espíritu libre e indómito. En aquellos años de la década de 1970, el movimiento ecologista estaba en plena lucha antinuclear. Con un grupo de amigos intentó movilizar a su entorno ante los atentados ecológicos. “Fue como predicar en el desierto”, comentaría más tarde, en una entrevista en 2018.

Destinado a la escuela de Rubécourt, en las Ardenas, la vida de Pierre cambió cuando se le ocurrió hacer unos dibujos con textos llenos de humor para transmitir al alumnado el interés por conocer y proteger la naturaleza. Las imprentas de la época solo reproducían con cierta calidad los dibujos hechos a plumilla. Ese detalle le hizo decantarse por esa técnica artística, estableciendo el estilo de su revista, La Hulotte, el Cárabo en español y que ha mantenido siempre como un sello característico de su obra.

Aquellos folios grapados cautivaron a alumnos y profesores, tanto que, al llegar al quinto cuaderno, y verse enviando a mano tacos de fotocopias a 700 personas que se las solicitaban, optó por hacer una tirada profesional en imprenta. Había nacido “la revista más leída de las madrigueras”.

Cada ejemplar empezó a superar al anterior. Eso sucede desde 1972. La Hulotte reveló un artista genial, un comunicador único, capaz de crear personajes, escenarios e historietas divertidas para transmitir los densos y rigurosos datos de la literatura científica que divulga con su obra.

Tomó una decisión, aparentemente arriesgada, pero sabia. La vida solo se vive una vez y cada cual debe cumplir en ella sus sueños, si los tiene. Solicitó una excedencia y alquiló el edificio de la vieja casa forestal de la diminuta aldea de Boult-aux-Bois. Un lugar rodeado de bosques de robles, hayas y abetos, salpicados de arroyos, prados y charcas donde producir su obra lejos del bullicio urbano. Cambió las aulas de la ciudad por el campo, en un pueblo de poco más de cien vecinos. Allí vive, desde hace casi medio siglo, como un ermitaño rodeado de lo libre, trabajando en escudriñar y sintetizar el conocimiento científico de los pequeños acontecimientos cotidianos que nos brinda la naturaleza y reflejarlos en sus maravillosos cuadernos de campo.

Los seis o más meses que sus 140.000 suscriptores –lo que supone más de medio millón de lectores– esperan a que Déom acabe y envíe cada uno de sus nuevos trabajos de divulgación sobre una nueva especie animal o vegetal, se hacen largos. Pero a sus sufridos seguidores no les queda más remedio. Mil horas necesita como mínimo este dibujante y escritor naturalista para confeccionar uno de sus cuadernos. 

Cada número es una obra maestra. Unas 300 horas de media le lleva documentarse, leyendo separatas y trabajos científicos. Cuando se le ocurre un nuevo tema, se pone en marcha un proceso de búsqueda por el cual llegan a sus manos decenas de libros, separatas de artículos de revistas técnicas, fotos y películas, que tratan del animal o planta protagonista de una de sus próximas monografías divulgativas. Con 140.000 suscriptores, Déom se permite el lujo de tener un documentalista trabajando para él. Rastrean la bibliografía. Lo que parecen inofensivos cuadernillos son, sin darse cuenta la mayoría de los lectores, profundas revisiones del conocimiento existente sobre las especies que tratan.

El rigor científico de la información que divulga lleva a muchos investigadores de la naturaleza a leer La Hulotte en francés, o su versión en castellano El Cárabo, como una revista especializada más. En España, ecólogos y zoólogos afamados, como Fernando González Bernáldez, Miguel Angel García Dory, Joaquín Araujo, Jesús Garzón o Joan Mayol, por poner algunos ejemplos de eminentes naturalistas, eran o siguen siendo furibundos lectores de estos cuadernos. De Francia, cabe destacar la carta, de los primeros tiempos de La Hulotte, escrita por el eminente Jean Dorst, afirmando que de la eterna torre sobre su mesa de revistas científicas y de divulgación, que como director del Museo de Ciencias Naturales de París debía procesar, la primera que leía era La Hulotte.

Dibuja y escribe traduciendo a un lenguaje sencillo y ameno lo que los investigan los científicos. Intenta desvelar los secretos de las cosas más nimias de la naturaleza que nos rodean. A las mil horas de trabajo por cuaderno, hay que sumar las 200 que pasa como mínimo merodeando detrás de los animales o plantas que describe cuando coincide que los tiene cerca, en un intento de ver y disfrutar en el campo los temas en los que está trabajando. Pasea y observa al amanecer muchos de los temas que aborda, para luego dibujar a plumilla, con paciencia de amanuense y perfección científica, los más nimios detalles. Solo aborda especies que le enamoren y atraigan su curiosidad insaciable. Las setas, las aves de los caminos, las abejas, lo robles y las hayas, los alisos y el muérdago, el halcón peregrino, los zorros, los mustélidos, los erizos y los murciélagos, los roedores y los picapinos, el martín pescador, las arañas y las mariposas, los cardos, los linces… más de quinientas especies de plantas y animales han desvelado ya sus misterios en estas monografías.

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40º Aniversario del crowdfunding que posibilitó las revistas Quercus y El Cárabo

Nota de prensa 

con el ruego de su difusión

25 de Noviembre de 2021

Homenaje a la acción que continuó la comunicación ambiental al fallecer Félix R. de la Fuente en 1980

40º Aniversario del crowdfunding que posibilitó en 1981 la salida a quiosco de las revistas Quercus y El Cárabo

700 personas respondieron a la llamada realizada en otoño de 1981 pidiendo la suscripción a las revistas Quercus y El Cárabo, cuando aún no existían. Como homenaje a las mismas, los fundadores de Quercus y El Cárabo; sus actuales editores; la Asociación de la Prensa, APM; y la dirección general de Biodiversidad y Recursos Naturales de la Comunidad de Madrid, invitaron ayer, 24 de noviembre de 2021, a un grupo de periodistas y dirigentes conservacionistas a plantar árboles, uno en nombre de cada uno de aquellos pioneros, cuyo gesto permitió a dos jóvenes periodistas de 25 y 28 años continuar la labor de comunicación ambiental que inició en la década de 1970 por Félix Rodríguez de la Fuente, fallecido en accidente en 1980. 

La plantación se hizo en los cantiles del Parque Regional del Sureste, en Rivas Vacíamadrid,  con la asistencia de los fundadores de Quercus y El Cárabo, los periodistas Benigno Varillas y Teresa Vicetto; los actuales editores de Quercus, con su director Rafael Serra; el presidente de la Asociación de la Prensa, APM, Juan Caño; el director General de Biodiversidad y Recursos Naturales de la Comunidad de Madrid, Luis del Olmo, y una treintena de periodistas, dirigentes de asociaciones conservacionistas y personal del Parque Regional del Sureste, con el conservador del mismo Carlos Ángel Abad al frente;  miembros del equipo de Diario de Rivas; La asesora de Transición Ecológica del Ayuntamiento de Rivas Vacía Madrid, Carla de Nicolás, se acerco a dar la bienvenida a los asistentes al acto en nombre del consistorio municipal.

Foto©PacoCanto

Cerca de medio centenar de personas participaron en la plantación de encinas, coscojas, enebros, romeros, cornicabras y otras especies. Entre ellos destacados periodistas como Arturo Larena, director de EFE-Verde de la agencia de prensa; Charo Barroso, del diario ABC; Nacho Menéndez de la emisora de radio Onda Cero de Coslada; Rosa Martín Tristán, periodista de Ciencia y Ambiental, o Manuel Fernández, productor de documentales de televisión entre otros periodistas. También acudieron representantes de las principales ONG conservacionistas como WWF-España; SEO-Birdlife; Grefa y Naumanni, entre otras.

La organización ha corrido a cargo de personal técnico del Parque Regional del Sureste, que se encargará de completar la plantación hasta llegar a los 700 árboles y arbustos anunciados así como a mantener este nuevo arbolado, con riego, reposición y otros cuidados. Un cartel conmemorativo del aniversario de ‘Quercus’ y ‘El Cárabo’, realizado por el Parque Regional del Sureste, informa a los que visiten el lugar “que están paseando por el bosque de 700 árboles que recuerda a los 700 pioneros que apoyaron la comunicación ambiental hace 40 años”.

Tras una primera plantación simbólica por parte de los asistentes, se recordaron los inicios de estas publicaciones decanas de la prensa ambiental española.

El periodista Benigno Varillas, pionero de la información ambiental que introdujo esta especialidad en el diario El País en 1976, agradeció a los 700 que respondieron al ’crowdfunding’ que hizo en noviembre de 1981 y que posibilitó la fundación de ‘Quercus’ y “El Cárabo”.

Video de Arturo Larena: https://www.efeverde.com/noticias/quercus-40-anos-700-arboles-y-un-crowdfunding-pionero/

Rafael Serra, actual director de ‘Quercus’, añadió: «Necesitamos una nueva generación que recoja este testigo y lo mantenga otros cuarenta años», 

Teresa Vicetto, editora de los cuadernos trimestrales “El Cárabo” se mostró más optimista, depositando su confianza en los jóvenes “que tienen un escenario mucho más complejo que el que nos  encontramos nosotros, pero lo harán a su manera”.

Teresa Vicetto, editora de El Cárabo, con el micrófono, y Rafael Serra, director de Quercus, en el centro de la foto, dirigiéndose a los asistentes

El director general de Medio Ambiente, Luis del Olmo, anfitrión y patrocinador de la plantación, cerró el acto recordando cómo le influyó la lectura de las revistas ‘Quercus’ y “El Cárabo” en su juventud y destacando que siempre fueron, y siguen siendo, «publicaciones de referencia, que leen desde los científicos y académicos hasta todo tipo de público interesado en entender y profundizar en los temas ambientales».

Luis Del Olmo, director general de Biodiversidad de la Comunidad de Madrid, segundo por la derecha, anfitrión y organizador de la plantación con su equipo del Parque de Sureste de Madrid.
Juan Caño, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) fue el más activo plantando árboles además de convocante del acto, en el que también se recordó su iniciativa para sacar a quioscos la revista Natura en 1983, contando en su equipo de G+J con los fundadores de las revistas Quercus y El Cárabo.
Paco Cantó, fundador del vivero del Ministerio de Medio Ambiente del Guadarrama e histórico dirigente de AEPDEN en 1977 con los plantones del 40º Aniversario de la gesta de los 700 pre–suscriptores que respondieron al crowdfunding que hizo posibles en 1981 las revistas Quercus y El Cárabo.
Luis del Olmo con su equipo del Parque de Sureste de Madrid que culminará el bosque de las revistas Quercus y El Cárabo. Foto: T. Vicetto

Para más información:

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tvicetto@gmail.com / Tel 666823105

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Corredor de la ‘Cova de la Forada’ al mar de Oliva

El autor, BV, con paleolíticos Hadzabe de Tanzania en 2011
Cuevas de Gorham, de los últimos neardentales españoles en Gibraltar hace 28.000 años

Mapa del corredor a revalorizar, desde el punto 2 hasta el mar (en un ancho de 300 m)

La marjal con el corredor al fondo que llega al mar.
Campo de Golf de Oliva Nova en medio del corredor con una de las 7 charcas de valor ecológico.
Camino que cruza el corredor con dos charcas a la izq y una a la dcha, con el edificio en construcción por Altomar Mediterranea, cuyos áridos se depositaron en una cuarta charca, ahora a recuperar con la ayuda de esta empresa, primera interesada en un entorno natural con belleza.
Basura de plástico, situado en ese mismo camino de las charcas, fácil de limpiar.
Basura en ese mismo camino que ya requiere pedirle al ayuntamiento que nos eche una mano…
Parte del corredor que linda con el camping Pepe, con las dunas al fondo y un muro donde antaño estuvo un antiguo cauce que hay que restaurar.
Así quedaría, más estrecho, el actual muro pintarrajeado que hay en medio de la duna del corredor
El cordón dunar del corredor de la Marjal al Mar.
Y la playa en la que pedir al ayuntamiento «limpie» menos elementos naturales en los 300 m del corredor, explicando en un cartel que ese es su estado original, y quite basuras a pocos metros, que salpican el corredor y se retirarían en unas pocas horas de buena voluntad.

El corredor de el/la marjal hasta el/la mar

Por benigno.varillas@gmail.com

Hemos vuelto, a la Cueva Forada, tras 10.000 años de ausencia. Venimos del Norte, de la Cueva de La Moratina, a orillas del río Nalón de Asturias. Hicimos parada en la Cueva de Los Casares de Guadalajara y llegamos a la costa de Levante en verano de 2020.

Soy Ben Ign, hijo de O Var, de Illas. Moro. No de Mahoma, sino de la Mauritania que Roma llamó a la tierra meridional –y Germania a la septentrional– más allá de su imperio. Roma traidora: amamantada de leche de loba; de hombres–lobo portando su estandarte… nos salió rana. Siendo pueblo de cazadoras–recolectores hizo Ley del Neolítico y acabó con nosotros.

El cazadero de Oliva, en la frontera de Valencia con Alicante, está transformado.

La cueva Forada la encontramos llena de cuerdas que la cuadriculan… Nada que objetar. Es en bien de la ciencia. Hará 15 años un arqueólogo desenterró al tío Ambrosio, que vivía allí cuando llegamos hace 30.000 años. Era un Homo sapiens neardanthalensis, tronco humano que evolucionó en Europa en 300.000 años de Era Glaciar. 
Los ancestros por parte de madre eran Homo sapiens sapiens que salieron de África hace 100.000 años y llegaron a Europa por la fecha en que murió tío Ambrosio. Los neardanthales les ayudaron a adaptarse al frío. Les dieron genes y habilidades para colonizar España y Europa en los 30.000 últimos años de la Era Glaciar.

Vivíamos de recolectar, pescar y cazar. Términos inadecuados, porque hoy se utilizan para lo opuesto a lo que hacíamos. Nosotros no matábamos, no aniquilábamos a lo que ahora llaman la presa. Asimilábamos con respeto y devoción la energía contenida en otras formas de vida para que siguiera fluyendo en nosotros lo mismo que entregábamos sin aspavamiento la nuestra para que fluyera en la de otras estructuras de la vida.
Porque la vida es solo una. Eso que los creyentes llaman Dios y de hecho en el sur de Europa aún siguen ingiriendo los domingos un trozo de carne encarnado en una oblea para asimilar la divina energía. Que la materia sea capaz de crear estructuras capaces de moverse y pensar sigue siendo un misterio.

Esa integración de lo vivo libre se perdió al domesticar animales, plantas y humanos el que inició la dinastía del faraón hace 10.000 años. No preguntéis a vuestro profesor que cómo se inició el Neolítico, porque no lo sabe. Os lo contaré, pero en otro momento.

El marjal de Pego–Oliva también parece hoy un cuadro de ajedrez, visto desde la Montañeta, pero hará 30 años un tal Vicente Urios perdió quince años de su vida en proteger lo que quedaba. Hoy el futuro es prometedor.

La mayor herida que se la ha hecho es la construcción de la muralla de casas que va desde Oliva hasta Denia sin solución de continuidad.

Pero, ¡oh milagro! he aquí que este invierno la pandemia nos forzó a buscar aquí refugio y ponernos de nuevo como haca 10.000 años, a recoger –espárragos, setas, cangrejos, frutos, piñas y atisbar pajarillos, peces, galápagos, insectos, caracoles y flores– y …encontramos un pasillo, un corredor de vida, que aún une el marjal con el cordón de dunas y el mar, tal como ocurría cuando la Marjal de Pego–Oliva era un paraíso paleolítico.

Es una franja de 300 metros de ancho por dos kilómetros de largo, que en el mapa figura como cauce por el que fluía agua del marjal hacia el mar, hoy taponado.

Está justo equidistante entre los dos ríos que delimitan el trozo de playa que corresponde al marjal, casi en línea recta dede la montañeta hasta el mar. Es lo poco que queda sin urbanizar.

Proponemos a los escolares de Oliva (Valencia), que vais a heredar el dominio de esta franja de tierra,  y una/o de vosotras/os será quien rija esta villa en el futuro, pidáis a vuestro ayuntamiento y al gobierno autonómico y estatal, que este último tramo de costa y de marjal, menos alterado, no sea también aniquilado.

El corredor que une el/la marjal con el/la mar tiene aún un rosario de 7 preciosas charcas con galápagos y samarucs, en las que hemos visto este invierno avetorillos, martín pescador, ánades, grullas, alcatraces (estos en los cielos), moritos, abubillas, mochuelo, cernícalo, cornejos, zorros, jabalíes, que todo eso hemos avistado y tantas y tantas otras aves y animales.

Una de esas charcas fue tapada con tierras de un edificio que se está construyendo (ese de la foto de más arriba con unas guas) pegado al campo de golf. Otras tienen basuras. Pero todo ello es fácil de remediar.

A los dueños de esas casas que miran al campo de Golf; a los que gestionan este campo deportivo; a los de la hípica de Oliva Nova; o los campings Pepe y Olé, construidos en medio de esa franja, les ha de interesar que este espacio se limpie de basura y se restaure su vegetación como último trozo que acoge a lo que queda de vida salvaje en el corredor que une la Marjal del Parque Natural de Pego–Oliva con la zona dunar y el mar.

Solo requiere quitar la basura –que un fontanero ha encontrado al parecer en este sitio su vertedero particular y tira allí cada poco montoncitos de escombros y lo que le sobra de las chapuzas– plantar árboles y arbustos; restaurar la charca taponada por las tierras de la obra de la última vivienda allí en construcción, y declarar esa zona espacio protegido, para que la vida libre salvaje no se extinga del todo.

Nada de transformarla en parque urbano, de arreglar caminos, menos de ponerle farolas y bancos. Se trata de dejarla como está, eliminando lo que sobra, para que algo que debió de hacerse en su día, al declarar el espacio natural protegido –dejar un corredor de la marjal a la mar– se haga ahora.

Es la misión que os encomiendo como chicas y chicos de Oliva que tenéis el privilegio de que en vuestro municipio esté nuestro antepasado neardanthal mejor conservado de Europa; una zona húmeda de un valor incalculable; una duna llena de vida y una playa y un mar excepcionales.

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La Náyade, alias mejillón de agua dulce o Madreperla

Este es un resumen del cuaderno El Cárabo número 89, de Julio 2020, dedicado a la Náyade -alias Mejillón de agua dulce o Madreperla de río- es el más excepcional de todos los habitantes de los cursos de trucha y salmón.

NOTA: Puedes solicitar este ejemplar impreso en papel en: https://elcarabo.com/producto/no-89-las-nayades-mejillon-de-rio/

En medio de una minúscula cala de arena, protegida por dos o tres piedras que forman como una muralla a su alrededor, se iza, cual diminuto menhir plantado en el fondo del río.

Comparte hábitat con la Trucha, el Gobio, el Carrasco espinoso, la pequeña Lamprea, el Lobo de río y el Salmón, Se dice con frecuencia que el Salmón y la Trucha son los dos animales que exigen el agua más pura, pero la Náyade es mucho más exigente que ellos. Para que su reproducción tenga éxito es necesario que el río contenga menos de 1,7 miligramos de nitratos por litro; ¡cuatro veces menos que el contenido de algunas aguas minerales que se venden en las tiendas!.

Crece muy lentamente hasta llegar a 12 centímetros de longitud. Ocupa el tercer lugar en el ranking de los animales más longevos del mundo, detrás de la Tortuga de las islas Galápagos y de la Almeja de Islandia. En España, donde los cursos de agua son más cálidos no sobrepasan los treinta o cuarenta años, pero una Náyade encontrada en un río de Rusia había alcanzado los 190 años. Otras Almejas de río y estanques –hay cerca de diez especies diferentes en España–  no suelen alcanzar más de 15 o 20 años.

A finales del verano, sus gloquidios, sus hijos, están dispuestos. Van a poderse lanzar, de un momento a otro, a una aventura absolutamente increíble, inimaginable. Tienen una talla tan reducida que se podrían poner en fila como soldaditos, quince mil en un solo milímetro. Esta miniaturización a ultranza, permite almacenar ¡entre tres y cuatro…millones! Cada gloquidio enfila la corriente, sin poder por supuesto virar, ni a babor ni a estribor, tan a la deriva. De vez en cuando chasca el pico en el vacío. Busca pegarse durante el viaje a una Trucha o a un Salmón. A ningún otra especie de pez; únicamente a uno de estos dos. 

El pequeño cepo del gloquidio se cierra brutalmente en la branquia y allí permanece encadenado como un perrillo pegado a su amo… Ni se le ocurre volver a abrir las fauces. De tal manera que, cuando son invadidas por las gigantescas nubes de gloquidios, las Truchas pueden encontrarse fácilmente con cuatrocientos o quinientos pasajeros clandestinos agarrados a sus branquias. Para el gloquidio, no es lo mismo. Sus posibilidades de cruzarse en el camino con una Trucha o un Salmón (en los pocos ríos donde este pez aún existe) son casi de cero… ¡Un solo náufrago de cada 250.000 logra agarrarse a esta cuerda!

En la cabina de a bordo, el gloquidio se metamorfosea al cabo de las semanas; cambiándose por una minúscula Almeja, equipada esta vez con un pequeño pie, embriones de branquias, una doble concha y dos sólidos resortes para mantener su cofre miniatura bien cerrado con llave. Incluso logra ahorrar unas pocas reservas en forma de gránulos. Una especie de aperitivos para poder afrontar las primeras semanas de su nueva vida, que podrían ser abominablemente duras para ella. Son los últimos días, el tiempo apura, ahora hay que salir ¡Y deprisita! Girando sobre su pie y forjándose un camino con la concha, pasa a través del tejado de su camerino, dice adiós a la Trucha… ¡Y bum!… Otra vez se encuentra en medio de las aguas del río… Por segunda vez en su vida, la corriente le arrastra como a una brizna. 

Es necesario que se pose sobre un fondo de arena o de grava bien limpia, de manera que pueda escapar de sus enemigos huyendo rápidamente bajo las piedrecillas fluviales. Bajo la grava, debe circular permanentemente agua pura y perfectamente oxigenada, sin cuyo requisito la Náyade no podría respirar. Para alimentarse se las arreglará; durante más de un año, hasta que su aparato de filtración esté totalmente terminado, limpiando los granos de arena y las piedrecillas de su alrededor, sirviéndose del borde de su pie, recuperando gracias a él bacterias, algas microscópicas y todo tipo de minúsculos desechos de las plantas. No olvides que mide solo medio milímetro. 

Antaño, todos los buenos rincones del río estaban llenos de Náyades. Mis comadres eran tan numerosas que había zonas enteras empedradas con sus bonitas conchas negras. En algunos meandros, se podían llegar a contar decenas de miles… ¡hasta mil por metro cuadrado!  Apretadas unas contra otras, incapaces de moverse ni un milímetro, a veces incluso unas encima de las otras. Te hablo de la época en que las Almejas perlíferas eran prodigiosamente numerosas en Europa. Pero, desde entonces han desaparecido prácticamente. Actualmente para ver tamaño espectáculo hay que irse a Rusia, a Carelia, a la isla de Kola donde en un solo río, el Varzuga, se han censado más de cien millones de Almejas perlíferas.

Una sola Almeja filtra hasta 50 litros de agua al día; así que ya te puedes imaginar cuántos millones de litros podían ser purificados cada año por estos ejércitos de microestaciones de depuración, apretadas como sardinas unas. Allí donde viven las Almejas  perlíferas, la visibilidad bajo el agua puede llegar a ser de hasta doce metros –en lugar de cincuenta centímetros que es lo habitual en zonas donde nadie se encarga de eliminar las impurezas–. Y esta transparencia es un regalo  maravilloso para las Truchas y el Salmón. Una simple colonia de Náyades de un metro cuadrado (500 Almejas) purifican 25.000 litros de agua. El contenido de un camión cisterna cada día.

Durante mucho tiempo, los Humanos no se hayan interesado por ellas, excepto claro está durante épocas de hambruna. Sí, la verdad, todos los hados del planeta estaban a favor de las Almejas  perlíferas … Pero luego, hete aquí que tras 600.000 siglos de fabulosa prosperidad, todas las Almejas  perlíferas que tapizaban el fondo de los ríos empezaron a desaparecer en un periquete. ¿Qué pasó?

Nuestras primeras desgracias acontecieron por culpa de un granito de arena… Este cuerpo extraño enrollar progresivamente al cuerpo extraño bajo unas capas muy finas, concéntricas, de nácar: una capa por año. Al principio, no es mucho mayor que la cabeza de un alfiler. Pero, al cabo de veinte o treinta años acaba por alcanzar el tamaño de un hueso de cereza o de un guisante, e incluso, excepcionalmente, al parecer, el de una pequeña avellana. Una bolita brillante, anacarada, con soberbios reflejos irisados, a veces más o menos translúcida: ¡Es….una perla! De ahí el nombre científico Margaritifera Margaritifera, que quiere decir: “fabricante de perlas”. 

En cuanto los Humanos comprendieron que nuestro pequeño cofre era susceptible de contener un tesoro, se pusieron a buscar por todas partes las Almejas perlíferas y a abrirlas sistemáticamente, en todos los ríos. Miles y pronto millones de pobrecitos animales fueron arrancados del fondo del río donde estaban tan tranquilos haciendo su trabajo y fueron abiertos violentamente por ladrones ávidos de robar las preciosas joyas. Muy pocas Almejas contienen perlas. A la espera de tropezar con una bella perla, había que tomarse la molestia de abrir entre mil y tres mil Náyades, un trabajo de esclavos, efectuado por lo general en aguas glaciales.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          El número de Almejas perlíferas empezó a caer de forma cada vez más alarmante. En algunos países, su recolección fue reglamentada un poco; se instituyeron periodos de veda de la pesca y se obligó a utilizar una herramienta especial para entreabrirlas con precaución de no matarlas… y así poderlas devolver

Nuestra Náyade gusta de vivir en las aguas más pobres en caliza. Y sin embargo, logra la hazaña de fabricar una concha espesa y pesada que le permite resistir la fuerza de las corrientes y los golpes de las guijarros. Su secreto: la paciencia. Día tras día, como un viejo avariento, recupera el calcio en cantidades infinitesimales, en los desechos de las plantas (sobre todo las gramíneas) caídas en el río y que llegan hasta ella. El resultado es que al cabo de unos diez o más años, los arroyos se convierten en ríos y acaba por ser propietaria de un pabellón de piedra sólida, que mide a veces 13 centímetros de largo por 7 de ancho y que pesa unos 180 gramos.

En España los científicos llevan años alertando de su alarmante disminución y de que no hay reclutamiento de juveniles. Tiene la categoría de “En peligro”, según el Libro Rojo de los invertebrados Españoles: http://www.fauna-iberica.mncn.csic.es/CV/rafa_PDF_3/M_margaritifera.pdf

La construcción de presas en los ríos. El resultado fue que los peces migradores, de vuelta de su gran viaje en el Océano Atlántico, se encontraron bloqueados; les era imposible franquear los obstáculos y remontar hasta su arroyo natal. De golpe, las Almejas, quedaron sin Salmones para transportar a las gloquidias. Y donde no era el salmón era el esrturión, otro pez que ha corrido aún peor suerte .

El molusco M. auricularia) confiaba sus gloquidios solo al Esturión. No había previsto un reemplazo, lo que provocó que, cuando el Esturión desapareció  ¡Tú mismo podrás adivinar por culpa de quién!) esta Náyade o Almeja gigante casi desapareció también (1). 

Las Trucha común, gracias a Dios, todavía sobrevive en algunos ríos, pero se lo están poniendo tan difícil que su número disminuye en todas partes. 

Las arco iris, importadas de América en cuanto uno de los gloquidios tiene la desgracia de colgarse de sus branquias, el pobre es eliminado en un periquete.

Los Salmones, a pesar de ser campeones en franquear saltos de agua de cerca de tres metros, encuentran un gran número de barreras construidas por el Hombre que les impide remontar hasta sus arroyos natales para realizar la puesta. ¡Lo cual es una catástrofe para ellos! ¡Y una losa para las Almejas de río!

Desde mediados del siglo XIX, el envenenamiento pernicioso del planeta es el que ha hecho desaparecer la mayoría de las Almejas perlíferas que lograron escapar de la masacre de los pescadores de perlas. 

Las Almejas permanecen cinco años bajo las arenas para crecer antes de subir a la superficie. Los vertidos generados por los humanos acaban por depositarse en las graveras y taponan los intersticios entre las piedras. El agua deja de circular; todas las jóvenes Almejas mueren asfixiadas y desaparecen. No es sólo una catástrofe para las Almejas, sino también para las Truchas. Las pobres tienen cada vez más dificultad para reproducirse ya que necesitan también zonas de gravera limpias y oxigenadas para poner sus huevos. 

Cada vez que bajan a beber las vacas al río, levantan gran cantidad de barro que se deposita en las playitas de guijarros donde se esconden las jóvenes Almejas perlíferas y los bebés Trucha.

Miles de publicaciones científicas estudian desesperadamente la manera de detener su desaparición. Sin lograrlo, por ahora.. Ya que la única medida válida es proteger cada curso de agua, desde su nacimiento hasta la desembocadura, con todos sus afluentes, para devolverle el estado de limpieza y claridad que tenían ante de la revolución industrial y la generalización de la agricultura y la ganadería . Los humanos –aunque no se lo crean–  acabarán tarde o temprano por morir envenenados por la contaminación, de seguir persistiendo en la forma de actuar.

Margaritifera auricularia está incluida en el Catálogo Español de Especies Amenazadas (Real Decreto 139/2011, de 4 de febrero) con la categoría de “en peligro de extinción”. Cuenta con una Estrategia nacional de conservación y planes de recuperación en varias comunidades autónomas. Su población es de unos pocos individuos en la cuenca del Ebro, (Canal Imperial de Aragón y Canal de Tauste, en Aragón y Navarra). En el río Ebro es escasa y de difícil seguimiento.

Sobre margaritifera margaritifera: http://www.fauna-iberica.mncn.csic.es/CV/rafa_PDF_3/M_margaritifera.pdf

Puedes solicitar El Cárabo número 89, de Julio 2020,
dedicado a la Náyade, impreso en papel en:
https://elcarabo.com/producto/no-89-las-nayades-mejillon-de-rio/

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Memorias de José A. Valverde. Tomo VII. Pesca, ballenas, barcas: Reflexiones y cuaderno de dibujo

En el último tomo de los siete de estas Memorias de un biólogo heterodoxo, el profesor José A. Valverde habla de la pesca y del mundo marino y acuático. Dedica un capítulo a las barcas fluviales, otro a la caza de ballenas, y otros más a su ensayo «La moral biomásica», y a reflexiones y recuerdos de personas e instituciones con las que se cruzó en la vida. Cierra el volumen con un cuaderno de dibujos de campo que ilustraban las notas sobre sus observaciones.

Autor: José A. Valverde

Lugar de edición:Madrid

Editorial: BV

Año:2006

Número de páginas:240

Formato: 24×17 cm. 

Materia(s): Biología 

Precio:20 €

Memorias de un biólogo heterodoxo. Tomo VII. Pesca, ballenas, barcas: Reflexiones y cuadernos de dibujos

Índice: Capítulo I. Corazón y pesca.- II. Otra vez cetáceos.- III- Barcas fluviales.- IV. Transbordadores de ríos.- V- Barcos y sus tripulantes¿VI. La moral biomásica.- VII- Reflexiones. Apéndice. Cuaderno de dibujos de campo.